La palabreja es difícil de pronunciar. Por eso, mucha gente elimina la segunda “erre” y lo pronuncia “procastinar”, lo cual es incorrecto. Sin embargo, lo que no es tan complicado de saber es su significado y de hecho seguro que la mayor parte de nosotros ha procrastinado más de una vez, aunque sin saber que lo estábamos haciendo.
Procrastinar es la acción de postergar una actividad productiva que no nos apetece, y a cambio perder el tiempo en otras menos útiles pero más agradables. Las excusas pueden ser muy diversas y elaboradas, pero siempre se asocian con tareas pendientes de realizar que resultan molestas, aburridas o muy difíciles. Con el fin de evitar enfrentarse a ellas, la persona se auto-convence de que sí resolverá esa tarea pendiente, pero en otro momento posterior (muchas veces, dejándolo para siguientes días o semanas). En algunas ocasiones, se llega a posponer a un momento futuro sin concretar, con el consiguiente riesgo de que nunca se realice. En casos extremos, hay personas que tienden a evitar las tareas constantemente (lo que se denominan procrastinadores crónicos, en contraposición de los eventuales cuya actitud no se repite tan habitualmente), lo que se puede convertir en un verdadero problema.
Dejar de lado algo que debemos hacer es una idea con la que normalmente no nos sentimos cómodos, por lo que tendemos a evitar la disonancia que nos provoca la situación convenciéndonos de que en realidad la actividad alternativa es más importante o urgente, o de que no es tan grave esperar un poco antes de abordar la tarea procrastinada y que en poco tiempo la solucionaremos. Una actitud procrastinadora eventual no supone mayor problema, pero en los casos en los que se convierte en crónico, esto puede provocar verdaderas dificultades para desarrollar una actividad laboral normal. Estos casos son más habituales de lo que parece, lo que ha llevado a estudiar los motivos por los que algunas personas tienden a posponer de forma sistemática sus tareas.
Algunas hipótesis apuntan a que la causa está en una pobre autoimagen de uno mismo, lo que lleva a verse como incompetente e incapaz de solucionar las exigencias que impone el día a día. Otras hablan de un perfeccionismo excesivo que, en su vertiente más extrema, viene acompañado por un miedo al fracaso que empuja a postergar las actividades en las que hay mayor probabilidad de error, justificando en la falta de tiempo el no haber realizado la tarea. Por su parte, la ansiedad por una gran acumulación de trabajo podría llevar también a la dificultad e incluso imposibilidad para establecer prioridades y tomar decisiones. Un último grupo de procrastinadores sería el compuesto por gente propiamente indecisa, que aunque empieza a realizar la tarea pierde mucho tiempo en pensar la mejor manera de hacerlo sin terminar de tomar una decisión (a este fenómeno se le denomina también complejo de Penélope, la mujer del héroe griego Ulises que tejía y destejía siempre la misma tela para demorar la decisión de casarse con uno de sus pretendientes, esperando que antes regresara su marido).
En todo caso, lo cierto es que la mayoría de nosotros no estamos entre los procrastinadores patológicos, pero sí hemos desarrollado cierta habilidad para demorar aquellas actividades que, por una causa u otra, no queremos afrontar. En el trabajo, navegar por Internet o trastear con el móvil son dos de las alternativas más frecuentes, por lo que muchas empresas, no sin cierta razón, han establecido controles del uso de los ordenadores. Aunque en este blog hemos defendido que desconectar en el trabajo de vez en cuando es incluso positivo, tampoco se puede olvidar que el hábito puede llegar a causar grandes pérdidas a las empresas.
En otros ámbitos de nuestra vida, la procrastinación es también algo habitual. Si no, no se explica cómo el estudiante espera siempre al último día para entregar sus trabajos o a la noche anterior al examen para estudiar, o porqué mucha gente deja para el último día los papeleos y trámites administrativos que debe hacer. Y no escapan a ello tampoco los famosos propósitos de año nuevo. Ir al gimnasio o dejar de fumar es algo que no tiene por qué esperar al cambio de fecha, pero parece que queda más justificado si lo posponemos, como si a esos efectos la nueva fecha fuese realmente más significativa.
De momento, todo esto son sólo teorías sin comprobar, que aunque puedan tener cierto fundamento no pasan de ser hipótesis. Por mi parte, considero que el factor común a muchos procrastinadores es la confianza en sí mismos. Esa sensación de seguridad proporciona la ilusión de que seremos capaces de hacer la tarea retrasada cuando llegue el momento, aún a riesgo de estar distorsionando la percepción del tiempo y la magnitud real de la actividad. Por lo menos, creo que es el grupo al que yo pertenezco.