El efecto “Lago Wobegon” / Psicólogo Tenerife

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Si nos pidieran que valoráramos nuestra propia inteligencia en comparación con la del resto de la gente, la mayoría de nosotros diría que estamos por encima de la media. Algunos quizás se situarían más cercanos a la media, y muy pocos (si es que hay alguien) reconocerían que pueden estar por debajo.

Está claro que esto es estadistícamente imposible, pero la realidad es que tenemos una fuerte tendencia a sobrestimar de forma poco realista nuestras propias capacidades.

Este fenómeno se ha denominado sesgo optimista o efecto lago Wobegon, en honor a la ciudad ficticia creada por el escritor estadounidense Garrison Keillor en la que, según palabras del propio autor, “todas las mujeres son fuertes, todos los hombres son bien parecidos y todos los niños están por encima de la media”. Y se trata de un efecto muy habitual. Preguntemos si no a cualquier conductor, que nos dirá que conduce mejor de lo que realmente lo hace (el 80% de los conductores considera que conduce mucho mejor que el promedio) o a un estudiante, que pensará que su desempeño académico es superior (el 25% de los estudiantes de secundaria se clasifica a sí mismos en el grupo del 1% de los mejores).

narcisismoEste pequeño autoengaño tiene su explicación. Para empezar, todos tenemos un punto de narcisismo, nos queremos y valoramos nuestro propio desempeño y nuestras capacidades por encima de las del resto. Para confirmar esas creencias, buscamos puntos de referencia que son inferiores a nosotros, de forma que en la comparación quedemos en buen lugar. Además, comparamos aspectos muy concretos de nuestras capacidades en los que quizás sí seamos mejores, pero luego generalizamos esa conclusión a otros aspectos en los que no lo somos tanto. Volviendo al ejemplo de los conductores, puedo ser bueno en autopista, hacerlo regular en carretera y aparcar muy mal, pero sólo me fijo en lo primero para llegar a la conclusión que soy muy bueno frente al volante.

En el día a día, esto puede tener grandes beneficios. Las creencias de este tipo refuerzan nuestra autoestima, lo que a su vez nos anima a esforzarnos en mayores logros, con el convencimiento de que los alcanzaremos. E incluso supone una cierta vacuna frente a los fracasos ya que algo en concreto no haya salido bien, nosotros como personas no perdemos valor al seguir considerándonos mejores que la media. La causa del fracaso puede estar en la mala suerte o en causas externas de otro tipo, pero no en mis capacidades. Es lo que se denomina un estilo atribucional positivo, que consiste en atribuir las experiencias negativas a causas externas (de las que no somos responsables), y las experiencias positivas a causas internas (cuyo mérito sí es nuestro). Trucos cognitivos de este tipo son los que sirven para protegerse de males como la depresión, que según se sabe puede tener su origen, entre otros factores, en un estilo atribucional negativo.

Pero estas estrategias de nuestro inconsciente son un arma de doble filo. El engaño puede servir en cierta medida, pero si se abusa de él podemos caer en la irrealidad y en un autoengaño peligroso, al no ser capaz de asumir nuestros propios errores y preferir siempre echar la culpa a otros. Y si en efecto es útil protegerse contra el fracaso, también es peligroso y contraproducente no ser capaz de autocriticarse y aprender de los errores.

Así que un buen consejo es procurar siempre que las referencias con las que nos comparamos sean cada vez algo más exigentes, algo mejores a nosotros. Y evitar sesgos y ambigüedades: es preferible comparar hechos y habilidades concretas, aplicando las conclusiones sólo a ese aspecto de la comparación y no a otros. Esto nos sacará de nuestra zona de confort y nos hará realmente mejorar.

Claro que si no queremos hacer ese esfuerzo, siempre nos quedará la opción de los Monty Python, cuando decían también que: “¡Todos estamos por encima de la media!”.

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